La frase de hoy no se trata de una frase inteligente, o con sentido, o de esas que hacen reflexionar. Seguramente no será ni una buena frase. Pero cuando la leí me trajo recuerdos, y quizás los recuerdos de las cosas que nos han pasado son más importantes que una frase, por muy trascendental que ésta sea.
La frase la leí en el libro "Historias de Nueva York", del periodista Enric González, corresponsal de El País en varias ciudades y que en el libro narra sus experiencias Newyorkers. La frase completa es así:
"Los forasteros en Nueva York somos reconocibles porque vamos por la calle mirando hacia el cielo con la boca abierta. A algunos se les pasa en unos días. Otros llevamos la nuca encajada entre los omóplatos durante meses."
Si me permitís, hoy no voy a reflexionar sobre el nazismo, el rugby o la finitud del universo. Hoy voy a escribir sobre mis recuerdos en (y de) Nueva York.
Realmente, cuando recuerdo mi viaje a Nueva York, en cualquier momento del viaje, en cualquier sitio que estuviera, tuve esa sensación de mirar al cielo y estar absolutamente embobado. Si se me pide una palabra para describir mi estado mental en la semana que estuve sería esa. Embobado. Sólo estuve una semana, pero esa sensación me habría durado meses y al final, tal como dice Enric, tendría la nuca encajada entre los omóplatos.
Hace años, si me dicen de ir a Nueva York, la idea no me hubiera motivado en absoluto. Me la imaginaba una ciudad gris, sucia, fría. Es más, en un cruce del charco sobrevolé Nueva York y el piloto informó que desde estribor (yo estaba sentado a babor) se podía ver la ciudad. Ni me levanté, ni me interesó, ni por supuesto, la vi. Era uno de esos sitios que creía que si no lo visitas no te pierdes nada. Poco a poco, ese sensación de indiferencia fue desvaneciéndose. Quizás es una ciudad que necesita un poco de madurez (y puede que algunos de mis sobrinos no estén de acuerdo en absoluto y me gane alguna reprimenda, aunque en realidad son más maduros que muchas personas ¿adultas? que conozco), porque no es una ciudad fácil. Es una ciudad complicada en la que se decide el destino del mundo. Es posible que el hecho de que se la considere la capital del mundo la haga más atractiva a medida que vas ganando (¿?) sensatez (¿¿¿???). Esa fue mi evolución. Al principio no me interesaba pero luego quise ver con mis propios ojos la capital del mundo. Y por eso fui.
Y la verdad. Mi primera sensación era cierta. Es una ciudad gris, sucia y fría (sobretodo en marzo que es cuando fui). Pero lo que no sabía es que es una ciudad VIVA. Es una ciudad que se mueve, es una ciudad que respira, es una ciudad que bulle y que nunca duerme. No es la ciudad más bonita del mundo. Para mi hay otras ciudades que se podrían disputar ese título. Pero Nueva York es LA ciudad. Frank Sinatra tenía razón.
Parte del embobamiento nace de la sensación que estás en un decorado de cine. Mi primer recuerdo de Nueva York quizás sea algo estúpido, pero es la primera cosa que me embobó y ya no salí de ese estado hasta siete días después. Iba del aeropuerto al hotel. A lo lejos, desde Brooklyn (o Queens, no sé bien por dónde me llevó el chófer) vi el Skyline nocturno con el Empire State iluminado. No es lo que me llamó la atención. Como que lo había visto mucho y es lo que me esperaba ver. Fue cuando llegué a Manhattan, en el Midtown, que vi salir vapor de agua de las "alcantarillas". No me preguntéis el por qué, pero pensaba que eso sólo pasaba en las películas. Y cuando lo vi, es como si me hubiera trasladado a un sitio que sólo existía en mi imaginación y en las películas de Hollywood. Nueva York ya me había ganado a los tres minutos de llegar a Manhattan. Y luego me goleó.
Y el ruido. No todas las ciudades suenan igual. Nueva York es esa sirena del camión de bomberos, el tráfico pasando a tu lado, con un código de claxon que sólo debes aprender si eres taxista (prácticamente los únicos coches que circulan), el metro circulando bajo a tus pies separándote únicamente por una rejilla de acero en la acera, y los infinitos aires acondicionados que funcionan en la ciudad. Ese ruido sólo lo he oído en Nueva York. Y la primera noche que pasas piensas que la ciudad se está cayendo porque sólo oí sirenas de bomberos y de policías. En mi vida he oído tantas sirenas. En mi vida oiré tantas sirenas.
Creo que todos los que hemos ido a Nueva York hemos tenido el momento "Times Square". Soy incapaz de transmitirlo. Los que habéis estado ya sabéis de qué va y los que no, si vais lo descubriréis vosotros mismos y si no vais tampoco os lo podré describir. Son esas cosas que hay que vivirlas, y por mucho que lo intente, no conseguiré describir más que una sombra de lo que es.
Pero mi momento "Times Square" aunque muy intenso, se queda corto al lado de mi momento "Brooklyn Bridge". Es el momento en que Nueva York se grabó a fuego en mi vida. Era un día lluvioso y gris de finales de marzo. Después de haber comido la que ha sido la mejor hamburguesa de mi vida, en un garito cochambroso en la W71 con la Columbus Ave llamado Big Nicks, cogí el metro y fui hasta Brooklyn. Mi idea era cruzar desde Brooklyn hasta Manhattan por el puente más antiguo de la ciudad, y más bonito, mirando siempre hacia los rascacielos del Downtown. Era uno de esos días grises, en los que Nueva York es más gris todavía y llovía. No muy intensamente, pero sí lo suficiente para que moleste la lluvia para pasear. Salí del metro y me fui hacia la pasarela para peatones del puente, y ahí mi momento. En sus 1825 metros de longitud no había nadie. Y lo que es más. Las nubes estaban muy bajas y cubrían la mitad de los rascacielos. La imagen era impresionante, ya que la mitad inferior de los rascacielos era visible, pero la superior desaparecía sobre las nubes.
El cruzar ese puente viendo LA ciudad entre nubes es un recuerdo que jamás olvidaré. En ese momento tuve la sensación que sólo estábamos New York City y yo. Lo demás no importaba. En ese maravilloso puente, con una ciudad, LA ciudad, al fondo y sin nadie alrededor. La vida tiene momentos. Ese fue uno de mis momentos. Esto lo recordaré toda mi vida.
Me quedan muchos momentos newyorkers, pero esos ya son sólo para mí. Si habéis estado o pensáis ir a Nueva York supongo que os pasará lo mismo. Tendréis vuestros momentos. Y en el mismo libro de Enric González he encontrado otro párrafo que lo describe perfectamente. Él lo explica mucho mejor que yo.
"[...] Luego di un paseo por el puente de Brooklyn y permanecí un rato embobado, mirando en la distancia la estatua de la Libertad. Me emocioné un poco. Hay que ser tonto para emocionarse con esa estatua. También hay que ser tonto para no hacerlo."
Eso es Nueva York.